señalamos que según iban las cosas, “el escenario más probable no es una guerra
civil [en Ucrania], sino un genocidio perpetrado contra las minorías étnicas,
con las potencias extranjeras (incluida Rusia) silbando mientras miran para otro lado”.
Por desgracia, esta previsión se está viendo confirmada por los sucesos desatados
el pasado 2 de mayo. Nuestro objetivo en estas líneas es dar la información más
precisa posible sobre lo que realmente está ocurriendo en las regiones contrainsurgentes
de Ucrania (entendiendo por tal las que se oponen a la insurgencia del Maidán y
su gobierno golpista) y denunciar ante la opinión pública y, en particular, los lectores
concienciados la desinformación que, como ocurre desde el principio de la crisis
ucraniana, se está produciendo en Occidente.
Comenzaremos por contestar a la intervención de los representantes de varios países europeos ante la asamblea de la ONU en su sesión del mismo día 2 de mayo, quienes acusaron a los activistas del Donbás de “aterrorizar a la población civil” y de ser tropas rusas infiltradas apoyadas por “unos pocos manifestantes”. Es difícil estar peor informado o ser más mendaz, porque la resistencia del Donbás, a cuyos integrantes allí se denomina “voluntarios” (opolchentsy) está integrada, justamente, por esa misma población civil y cualquiera que posea información de primera mano sabe que el único terror que tienen los habitantes del Donbás es a la llegada de las milicias neonazis del Pravyĭ Séktor o a la de su versión oficializada, la Guardia Nacional. En cuanto a la presencia del ejército ruso, recordaremos simplemente que incluso el almirante finlandés Georgij Alafuzoff, exjefe de la inteligencia militar de Finlandia y director de la Dirección de Inteligencia del Estado Mayor de la Unión Europea, ha reconocido el pasado 15 de abril que la considera “improbable” y, hasta donde nosotros sabemos, salvo quizá en Slaviansk, inexistente.
“Terrorismo” y doble rasero
Las airadas protestas de Occidente, que a menudo rayan en lo esperpéntico, no hacen sino poner de manifiesto el doble rasero que, según lo habitual en política y más en la internacional, se está aplicando en este caso. Uno se pregunta en qué se diferencia la toma de edificios públicos, el establecimiento de barricadas o la apropiación de armas de la policía en el Maidán, donde se aplaudía, y en las regiones sudoccidentales (que nos negamos a calificar tendenciosamente de “prorrusas”), donde se condena sin paliativos. Los primeros, pese a haber empleado cócteles molotov desde enero del presente año, lo que no han hecho todavía los contrainsurgentes, y más tarde armas de fuego, han sido alentados y aplaudidos en todo momento desde Occidente. Los segundos, que solo han reaccionado tras el golpe de estado en Kíev y que no han empleado, hasta el momento, el mortífero combinado, son tachados de terroristas y se azuza contra ellos a las fuerzas armadas ucranianas y a la opinión pública occidental. En resumen, los medios y las circunstancias que condicionan su empleo resultan irrelevantes con tal de que los fines sean los que convienen a la parte interesada, en este caso el eje Berlín-Washington.
Respecto de las atribuciones de terrorismo, hay que salir igualmente al paso de las declaraciones del actual Ministro del Interior ucraniano, Arsén Avákov, quien, en las redes sociales, ha señalado que “Han dado órdenes a un grupo terrorista de vestirse de negro y de disparar a matar contra civiles, imitando las acciones de la milicia ucraniana. Pido a los ciudadanos de Kramatorsk y Slaviansk que no salgan a la calle y he dado orden a los comandos del Ministerio del Interior de acabar con la provocación”. Hasta donde nosotros sabemos, el único grupo que podría actuar de ese modo (y que, según todos los indicios, ya lo hizo en el Maidán) es el Pravyi Séktor, las milicias neonazis salidas de los partidos ultranacionalistas de extrema derecha Trizub de Iárosh y Sovoboda de Tiahnybok. No solo son los únicos que estarían en condiciones de conseguir el tipo de fusiles que emplean los francotiradores, sino que ya se descubrió material de esta clase en el vehículo interceptado en el control de carretera cerca de Slaviansk la noche del 19 al 20 de abril, al inicio de la Pascua, suceso que se saldó con cinco fallecidos. La deliberada vaguedad de las acusaciones de Avákov apunta, bien a supuestos infiltrados rusos (cuya presencia, como hemos dicho, nadie ha logrado demostrar), bien a los presuntos “terroristas” y “separatistas” del Donbás, pero preferiblemente se han de leer como una excusatio non petita cuyo fin es cubrirse las espaldas si, finalmente, los verdaderos terroristas, esto es, los milicianos del Pravyi Séktor o colaboradores suyos extranjeros (posibilidad que abordaremos luego), logran tomar posiciones y comienzan a asesinar gente.
La reacción en Transcarpatia
Antes de ocuparnos de las regiones objeto de la ofensiva de la Junta, como los movimientos de resistencia han bautizado al autoproclamado gobierno de Kíev (en recuerdo de los gobiernos golpistas latinoamericanos de los setenta), es preciso señalar que la amenaza del ultranacionalismo fascistoide no es sentida solo por las regiones sudorientales de mayoría rusófona, sino también en otras zonas. Así sucede en el extremo occidental del país con la región de Transcarpatia (Zakarpatska Óblast’), en la que se da una notable presencia “étnica” de rusinos, húngaros y rumanos, entre otros. Allí, como en otras partes, los ultranacionalistas ucranianos se han hecho con el control de la situación, ocupando los edificios públicos y, en un pustch localizado, el gobierno regional, contra el parecer mayoritario de la población. Según una reciente encuesta, un 80,8% de los entrevistados apoya la iniciativa de exigir al gobierno de Turchýnov la liberación de los edificios ocupados; un 80% piensa que hay que iniciar una investigación contra sus asaltantes y los participantes en el pustch regional, y la misma cantidad exige que el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU, el sucesor ucraniano del KGB) suspenda las investigaciones contra los “separatistas rusinos”, según los denominan las autoridades de facto.
La resistencia regional, basada en el Congreso de la Rutenia Carpática, que ya había proclamado en 2008 la República de la Rutenia Subcarpática (Podkarpatska Rus’), ha hecho público un manifiesto, divulgado además por las redes sociales, en el que exigen el cumplimiento por parte del gobierno de Kíev y sus aláteres del acuerdo adoptado en Ginebra el pasado 17 de abril, lo que incluye la entrega de armas por las formaciones paramilitares ilegales, la liberación de todos los edificios administrativos ilegalmente ocupados, así como las vías públicas bloqueadas, y la amnistía de todos los presos políticos sin delitos de sangre. Como se recordará, la exigencia por parte de “la Junta” de que los activistas sudorientales acatasen el acuerdo unilateralmente, dado que ellos no se sentían concernidos, fue la razón principal de que se diese al traste con lo único que, por un momento, pudo desactivar la espiral de violencia. A este respecto, la resistencia rutena considera que el diálogo panucraniano sin participación de los representantes de la República Popular de Donetsk (Donétskaia Naródnaia Respúblika) o la República de la Rutenia Subcarpática carece de sentido político.
Además de exponer estos requisitos generales, el manifiesto incluye las siguientes exigencias sobre el concreto caso transcarpático: la inmediata liberación de los edificios ocupados en la región; la apertura de investigaciones judiciales contra los asaltantes de los mismos, mientras se cierran los sumarios abiertos contra los “separatistas rusinos”; el desarme, en aplicación del artículo 17 de la Constitución de Ucrania, de todos los grupos ilegales, comenzando por el Pravyi Séktor; el reconocimiento de los rusinos o rutenos como “etnia subcarpática” con los derechos políticos y culturales anejos a la condición de etnia oficialmente reconocida; prohibir al SBU y a otros órganos legales la persecución étnica de los rusinos y la realización de represalias contra ellos, y finalmente, la presencia de observadores internacionales para controlar este proceso.
(PINCHA LAS SIGUIENTES IMÁGENES PARA VERLAS MEJOR)
Los sucesos de Odessa
El día 24 de abril, en la sesión de la asamblea del Gobierno Regional de Odessa, el jefe de la Dirección Regional del Ministerio del Interior, Piotr Lutssiuk, señaló a los diputados la necesidad de retirar de la región a los grupos paramilitares que, habiéndose quedado en Kíev sin control ninguno, fueron enviados por las nuevas autoridades a Odessa para librarse provisionalmente de ellos. Según informó Lutssiuk, dichos grupos (que, según algunas fuentes, alcanzan los tres mil integrantes) habían establecido en la región doce controles de carretera ilegales en los que, turnándose, montaban guardia alrededor de quinientas personas. Además, la semana anterior a la referida sesión, la policía local había descubierto en Odessa un depósito de armas perteneciente al Pravyi Séktor, el cual contenía balas, armas blancas, porras, botellas con cócteles molotov y paquetes explosivos. Por su parte, los medios de información locales dieron cuenta de múltiples conflictos creados en los controles ilegales entre los milicianos neonazis y los viajeros odesitas o visitantes de la ciudad. Según se denunció, los primeros rompían las lunas de los automóviles, maltrataban a los viajeros y les exigían dinero por permitirles el paso. Sin embargo, el gobernador nombrado por las ilegales autoridades de Kíev, Vladímir Nemirovskyi , lanzó un discurso en defensa de dichos controles que, en su opinión, eran necesarios para “controlar las actividades de la policía” (sic!!!).
En este clima ocurrieron los trágicos sucesos del dos de mayo, cuyos antecedentes son (además de la mencionada llegada masiva de miembros del Pravyi Séktor), por un lado, la previa existencia de un campamento de activistas anti-Maidán en Kulikovo Pole (un parque en el centro de la ciudad), que ya había sufrido varios asaltos por parte tanto de la policía como de elementos ultranacionalistas radicales, y por otro, la convocatoria de una manifestación nacionalista de los hinchas de las facciones ultra de dos equipos de fútbol que ese día jugaban en Odessa, el Chernomórets local y el Metallist de Járkov. En principio, se suponía que dicha manifestación iba a ser pacífica y, de hecho, en un vídeo relativo al inicio de la marcha se va a un conocido “centurión” del Pravyi Séktor, revestido de un chaleco antibalas, hablando con alguien que, por el contenido de la conversación, se ha conjeturado sea el mismísimo ministro Avákov, al que engaña descaradamente diciendo que sus “muchachos” estaban desarmados y que él mismo había sido herido en una pierna por los “separatistas”, aunque ambos extremos quedan desmentidos por este vídeo (anterior al inicio de los enfrentamientos) y los que se grabaron durante el asedio al edificio de los sindicatos. Allí mismo, entre individuos vestidos de camuflaje y armados de palos y barras metálicas, uno de los guardaespaldas del “centurión”, en uniforme paramilitar, le dice a un policía: “Hacednos un pasillo y nosotros haremos nuestro trabajo”. Queda, pues, fuera de duda que la manifestación se había planificado como un ataque organizado.
Mientras tanto, los activistas de la denominada Odésskaia Druzhina o Mesnada Odesita, acampada en Kulikovo Pole, al tener noticia de dicha manifestación, se dividieron entre quienes creían que era mejor permanecer pacíficamente en el campamento y quienes decidieron salir a su encuentro, pensando, con buenas razones, que el objetivo real de la marcha era un nuevo y definitivo asalto a su campamento. Así pues, mientras en este se quedaban de cien a ciento cincuenta personas, partió un grupo de otras quinientas, identificadas mediante las cintas de la Orden de San Jorge que se emplean como distintivo de la contrainsurgencia (ya que se asocia a la victoria sobre las tropas nazis en la Segunda Guerra Mundial). Este grupo, portando objetos contundentes y en algunos casos protegido con cascos y escudos como los usados por los antidisturbios, se dirigió contra los manifestantes, que se iban agrupando en la plaza Sabórnaia, los cuales estaban gritando el consabido lema ultranacionalista de origen fascista Slava Ukraiiny! y lanzando consignas contra los moskalý (literalmente, “moscovitas”, designación profundamente despectiva de los ucranianos hacia los rusos). Los procedentes de Kulikovo Pole se encontraron allí con unas mil quinientas personas, por lo que, en el subsiguiente enfrentamiento, llevaron la peor parte.
Aquí se sitúa la parte más confusa de los sucesos, porque los testimonios son, lógicamente, contradictorios. Los manifestantes nacionalistas acusan a la policía de actuar a favor de los “activistas prorrusos”, defendiéndolos mediante un escudo humano. Aun así, ambas partes empezaron a lanzarse mutuamente piedras y cualquier objeto arrojadizo que hubiese a mano. Esto sugiere que los policías intentaron, sin éxito, establecer un cordón de seguridad entre ambos grupos, pero que, al quedar finalmente desbordados, optaron por quedarse al margen. Sin embargo, en otro vídeo se advierte un comportamiento de la policía (algunos de cuyos miembros llevan brazaletes rojos, como una parte de los “separatistas”) bastante desconcertante, ya que se les ve abrir brechas en dicho cordón, permitiendo el paso de unos u otros de los grupos enfrentados. De aquí se ha deducido que su intención era calentar el ambiente hasta que las hostilidades derivasen por sí mismas en un asalto al citado campamento, pero que no calcularon bien que el punto de ebullición se alcanzaría tan rápidamente y con resultados tan dramáticos. Refuerzan este planteamiento las imágenes de ese mismo vídeo en que se ve al adjunto al jefe de la policía de Odessa mezclado entre los manifestantes y la subsiguiente desaparición de los participantes con brazaletes rojos (aunque estos reaparecen luego ¡entre los sitiadores!), cuando los manifestantes nacionalistas se encauzaron finalmente hacia Kulikovo Pole. Sea como fuere, lo que no admite duda es la ulterior pasividad de las fuerzas de seguridad, lo que constituyó uno de los catalizadores de la tragedia.
En el fragor de la refriega, los nacionalistas fueron acorralando a sus adversarios en dicho parque y una parte de los que estaban allí acampados, más algunos desprevenidos paseantes, acabaron refugiándose en el edificio de los sindicatos, donde quedaron cercados por los manifestantes de signo contrario. Según el testimonio de estos últimos, como resultado de los movimientos espontáneos de los enfrentamientos, una parte de los “agresores prorrusos” se refugió en dicho edificio entre fuego cruzado de cócteles molotov. En uno de losvídeos difundidos en internet hay unas imágenes, a primera vista algo confusas, en las que se ve cómo una de las bombas molotov, supuestamente lanzada por uno de los refugiados en el edificio, cae sobre un aparato de aire acondicionado, lo que habría provocado el incendio, dando a los nacionalistas la posibilidad de hablar de una autoinmolación. De acuerdo con esta misma versión, la policía permanecía allí y los bomberos cumplieron con su misión, mientras que los miembros de “la autodefensa del Maidán” (es decir, los del Pravyi Séktor) habrían ayudado a sacar a la gente de entre las llamas, defendiéndola de los golpes de los hinchas furiosos.
Sin embargo, los múltiples vídeos grabados, más o menos a escondidas, durante el asedio revelan una situación muy diferente. Comenzando por el vídeo aducido como prueba por los manifestantes nacionalistas, allí está claro que la planta baja y la puerta principal del edificio ya están ardiendo cuando se lanza el cóctel molotov. Además, a poca atención que se preste, se advierte perfectamente cómo la trayectoria de la botella no es vertical, sino que describe una parábola, en la que gira varias veces sobre sí misma, hasta estrellarse contra el aparato de aire acondicionado, lo que prueba fehacientemente que fue arrojada desde el exterior. Además, en el omnipresente y casi omnisciente internet pueden encontrarse fotos de alegres muchachas posando mientras preparan los cócteles molotov para el Pravyi Séktor, fotos que ellas mismas difundieron luego por las redes sociales, orgullosas de su labor en pro de la patria ucraniana. En este sentido, no cabe duda de que el edificio fue incendiado por sus atacantes y que el haber comenzado por las puertas revela la intención de evitar la salida de sus ocupantes. De hecho hay otro vídeo en que se escucha a uno de los asediantes gritar: “¡Oiga, vamos a quemar a estos putos maricones en este edificio!”.
En esta misma grabación se oyen claramente los repetidos disparos de armas de fuego y se ve a los manifestantes nacionalistas, varios de ellos con uniformes paramilitares e incluso con cascos del ejército, armados con palos y mayormente enmascarados. También se advierte al mencionado “centurión” de Pravyi Séktor (sin herida alguna, por cierto) disparar varias veces su pistola en dirección a la cornisa del segundo piso por la que uno de los asediados intenta huir de las llamas, sin que ninguno de los sitiadores le ayude, mientras nuevos cócteles molotov impactan incesantemente contra las puertas y la fachada del edificio y se oye a uno de los asediantes decirle a alguien que intentaba huir por una ventana “¡Toma, para que no te enfríes!”, lo que obviamente implica el lanzamiento de otro cóctel molotov. Este tipo de actuación explica por qué, entre los cadáveres localizados dentro del edificio, varios de ellos tienen quemadas únicamente la cabeza y las manos, y no el resto del cuerpo. En otro vídeo se oye a una mujer pedir auxilio desde una ventana del último piso y, al poco, asomarse a esa misma a tres manifestantes nacionalistas enarbolando una bandera ucraniana. Por la posición de la ventana, la mujer ha sido identificada, en las fotografías tomadas posteriormente, con el cadáver de una embarazada, estrangulada con un cable eléctrico, que corresponde a una trabajadora de los sindicatos que había acudido a realizar labores de mantenimiento.
Durante todo este tiempo, la policía brilla por su ausencia, subrayada por la voz en off del autor de la grabación, quien se refiere con frecuencia a los asediados como “los trescientos espartanos”, en obvia alusión a los caídos ante los persas defendiendo el paso de las Termópilas. Únicamente cuando algunos de los asediados empezaron a saltar desde el edificio en llamas, la policía antidisturbios llegó rápidamente, lo que indica que estaban en las cercanías, pero sin atreverse a intervenir (o con orden de no hacerlo), hasta que la situación se volvió por completo insostenible. Para hacer justicia a todos, hay que dejar constancia de que entonces la policía y parte de los que rodeaban el edificio (entre los que había gente a la expectativa, además de los manifestantes) intentaron crear un pasillo para evacuar con seguridad a los asediados que lograban salir del edificio, mientras parte de los sitiadores seguían lanzando piedras contra los mismos, gritando Slava Ukraiiny! El operador del vídeo pide entonces que ayuden a los que intentan salir y algunos de los manifestantes le responden que “Estos perros les cortaban la cabeza en Kíev a los activistas, ¡su puta madre!”, lo que, obviamente, referido a los odesitas es una acusación sin sentido, aparte de que no consta que en el Maidán se decapitase a nadie, lo que revela el odio absolutamente irracional que hizo posible la tragedia.
Sus dimensiones, por otro lado, distan de haberse establecido. Según el testimonio de varios de los supervivientes, dentro del edificio podría haber, no el medio centenar de víctimas hasta ahora reconocido, sino al menos doscientas, ya que al inicio de su ocupación los miembros del Pravyi Séktor siguieron a los “activistas prorrusos” y abatieron a tiros a varios de ellos, lo que también explica que, en las fotos de los cadáveres, varios presenten en la cabeza heridas de armas de fuego. Según dichos testimonios, varios de los refugiados habrían sido conducidos al sótano y allí “ejecutados”. En consecuencia, el incendio no habría tenido por objeto solo acabar con los cercados en el edificio, sino hacer desaparecer las huellas de los asesinatos allí perpetrados. Está claro que, para aclarar por completo lo sucedido, sería precisa la intervención de una instancia capacitada y neutral, pero las actuales autoridades golpistas ucranianas, que han enaltecido reiteradamente la actuación de sus “patriotas” en esta “acción antiterrorista”, jamás van a permitir que se investigue en detalle la tragedia. Por el momento, quien se considere capaz de hacerlo, puede ver las terribles imágenes captadas en el interior del edificio, así como las dudas y cuestiones suscitadas por las mismas sobre el curso de los acontecimientos, respecto de las cuales no tenemos la capacitación necesaria para pronunciarnos, pero que sería muy iluminador ver contestadas por alguien cualificado.
A todo ello puede añadirse que en las grabaciones realizadas por los sitiadores al entrar al edificio, tras extinguirse el incendio, se los ve saqueando los cadáveres y burlándose de los devocionarios y los iconos en miniatura que algunos llevaban en los bolsillos. Para completar el escarnio, en las páginas web pronacionalistas se ha difundido para referirse a los fallecidos la denigrante designación de “la centuria ahumada”, en clara y burda contraposición a la “centuria celestial”, es decir, las víctimas (mártires, en su terminología) de las acciones del Maidán. Las declaraciones hechas sobre estos sucesos por políticos oportunistas como Iuliia Timoshenko, o auténticos fanáticos ultranacionalistas,como la diputada de Svoboda Irina Farión, no hacen sino agravar este clima de odio étnico incrementado hasta la exasperación, alimentado también por el comunicado de la SBU sobre la presencia, completamente falsa, de “provocadores rusos” que estarían “desestabilizando” Odessa, Donetsk y otras ciudades ucranianas, ofreciendo así a las ilegítimas autoridades surgidas del golpe de estado del 22 de febrero y a sus bases armadas, los milicianos ultranacionalistas de extrema derecha, la excusa para desatar la presente ola de terror, cuya víctima potencial es toda la población que no comparte su ideario fascistoide. En definitiva, la excusa para asesinar a sus propios conciudadanos.
Sin dejar de reconocer la imprudencia de los contrainsurgentes odesitas (aunque posiblemente al final la mesura no hubiese salido mejor parada), está claro que lo sucedido en el edificio de los sindicatos de Odessa constituye un linchamiento en toda regla, absolutamente inadmisible incluso de haberse tratado de un auténtico grupo terrorista, pues la presunción de inocencia y el derecho a un juicio justo forman parte de los más elementales derechos humanos. Pero está claro que, en la actual situación de Ucrania, nos enfrentamos al más absoluto desprecio de los mismos y, a fortiori, del Estado de Derecho. Solo así se entiende que el gobernadorNemirovskyi haya “promulgado”, desde su página de Facebook (!!!), un “edicto”, con fecha del mismo 2 de mayo, en el que declara, contra toda ley y principio ético, que “Cualquier acción de los odesitas dirigida a la neutralización y detención de los terroristas armados se considera legal”. Como era de temer, se ha abierto definitivamente la veda.
La reacción en las regiones sudorientales
El día 7 de abril, la contrainsurgencia de la región de Donetsk proclamó la soberanía nacional de la República Popular de Donetsk (Donétskaia Naródnaia Respúblika), lo que inmediatamente permitió al gobierno de facto ucraniano tachar de “separatista” a cualquiera que, en esta región, se opusiese a sus acciones o que expresase la idea de federalización del país, aunque esta no tiene nada que ver con la autoproclamada república soberana, sino más bien todo lo contrario. Con el pretexto de la declaración de la RPD, empezó la ocupación por ciertos contrainsurgentes de los edificios de la Administración y toda la población en la retórica oficial de las autoridades de Kíev pasó a ser directamente “terrorista”, olvidando sus acciones parejas en la capital previas al golpe de estado. El expediente era muy fácil y cómodo: cortar por el mismo patrón a casi once millones de personas, sin entrar en matizaciones ni, sobre todo, molestarse en entender el porqué o, más bien, en asumirlo, porque resulta imposible que no lo supiesen, por más que la ceguera congénita del nacionalismo para con todo lo que esté al otro lado de su barrera identitaria permita explicar esta aberrante situación.
El gobierno de Kíev, eufórico por la aprobación conseguida de la Unión Europea y los Estados Unidos, en el mismo momento en que se procedió a destituir inconstitucionalmente a Ianukóvich, se olvidó por completo de que formaba solo un gobierno provisional al que, incluso de haber sido legítimo, le correspondía reducir sus funciones a las tareas rutinarias de mantenimiento del país y la preparación de las elecciones presidenciales previstas para el 25 de mayo. Las nuevas autoridades no entendieron que el sudeste del país, callado mientras ellos se manifestaban en el Maidán, actuaba así, no por pleno apoyo a sus exigencias, metas, motivos y acciones, sino porque no consideraba posible que a un gobierno democráticamente elegido se lo pudiese destituir de esta manera, ni pensaba que el apoyo de Occidente llegase a ser tan descarado, ni que, incluso una vez culminado el golpe de estado, se atreverían a meterse con las regiones cuyas actividades industriales constituyen la base económica del país, al que aportan la mitad de su PIB.
La primera oleada de indignación entre la población rusófona (que no étnicamente rusa ni mucho menos por definición “prorrusa”) se alzó cuando, en lugar de preocuparse por resolver los graves problemas económicos que aquejan al país, la Rada o Parlamento, dirigido por elementos golpistas y apuntalado por las armas del Pravyi Séktor, eliminó la ley de lenguas, que garantizaba el estatuto especial del ruso, hablado por la inmensa mayoría de la población de dichas regiones, así como de otras lenguas minoritarias, como el húngaro en Transcarpatia (pero no el rusino, considerado solo un dialecto del ucraniano) o el rumano-moldavo en Chernivtsí y Odessa. Esta decisión del día 23 de febrero fue repudiada incluso por el comisario de la OSCE (Organization for Security and Co-operation in Europe) para los asuntos de las minorías étnicas, que advirtió que tal iniciativa parlamentaria podía empeorar la situación del país, sobre todo en las regiones en que la cuestión del idioma se considera importante. Por su parte, la portavoz del Consejo de la Federación Rusa, Valentina Matviienko, advirtió ya de que esta decisión iba a constituir el inicio del separatismo en Ucrania. Este asunto, a juicio de muchos habitantes de Europa, quizá no sea razón suficiente para un enfrentamiento como el que se ha alcanzado. Sin embargo, los ciudadanos ucranianos rusófonos, desde el principio del Maidán, estaban recibiendo señales verbales y gráficas del sesgo ideológico de la oposición que luego pasaría a ser el gobierno provisional. La emblemática fascista que aparecía en las banderas, las pintadas, la indumentaria y las pancartas de muchos activistas del Maidán desmentía las declaraciones de la oposición de que actuaban en nombre de toda Ucrania y de que, pese a la participación del partido ultranacionalista de extrema derecha Svoboda, el objetivo era unir a toda Ucrania, independientemente de la etnia, en su avance hacia valores democráticos. Pese a todo, la gente se armaba de paciencia y atribuía el uso de los lemas y emblemas de tipo fascista más bien al fervor patriótico de la oposición que a sus verdaderas intenciones de ejecutar el programa político de Svoboda, cuyo contenido, a cualquiera que sepa algo de historia, le hace remontarse al Munich de 1933 y al Lvov de 1942.
Sin embargo esto quedó desmentido, tras su acceso al poder, por la citada abolición de la ley de lenguas y porque el gobierno provisional, en lugar de desarmar a las unidades paramilitares neonazis de Pravyi Séktor, les permitió prácticamente controlar las regiones occidentales de Ucrania, no les exigió abandonar los edificios oficiales ocupados y, a mayor abundamiento, se intentó legalizarlas como parte de la Guardia Nacional, en una suerte de brote esquizoide que pretendía unir las unidades militares del Ministerio del Interior del disuelto Bérkut con sus previos adversarios en las calles de Kíev. Junto a estas dos ofensivas, bien claras para cualquiera que conozca la situación en Ucrania, se produjo la precipitada firma, sin autoridad legal o moral para ello, de las secciones políticas (títulos I y II) del discutido acuerdo para la asociación de Ucrania y la Unión Europea, que para los mineros y los obreros industriales del Donbás significaría (en caso de aplicarse en su parte económica) el cierre de las correspondientes empresas y la pérdida de sus puesto de trabajo, como ocurrió en España, en circunstancias parejas, con la eufemísticamente llamada “reconversión industrial”.
Así las cosas, el 28 de febrero, el líder de la contrainsurgencia Pável Gúbarev compareció ante la asamblea regional de Donetsk, llamando a los diputados a reaccionar frente a las autoridades golpistas de Kíev y a defender la región de “la Junta”, sin resultado alguno. El primero de marzo, durante una manifestación, la muchedumbre eligió a Gúbarev como “gobernador popular”, en contra del gobernador impuesto por Kíev, el oligarca Serguéi Taruta, pero el 6 de marzo aquel fue detenido, acusado de “acciones dirigidas al cambio forzado, a la vulneración del orden constitucional o al asalto al poder estatal” y de “asalto y ocupación a los edificios e instalaciones estatales o públicos”, lo que no deja de ser irónico viniendo de un gobierno culpable precisamente de esos mismos cargos, así como de “atentado contra la unidad e inalienabilidad territorial de Ucrania”. Esta imputación fue probablemente una de las primeras demostraciones del doble rasero empleado luego sistemáticamente por el nuevo gobierno y un catalizador para el desarrollo del movimiento de resistencia a “la Junta”. Por otro lado, Gubárev llamaba a la federalización de Ucrania, no a la secesión del Donbás, opinión que aún era la mayoritaria a fines de marzo, según una encuesta realizada entre el 16 y el 31 de dicho mes por el Ukrainian Sociology Service, que revelaba que solo el 18% de la población de las regiones orientales era partidaria de la secesión. Esta propuesta de federalización, que planteó por primera vez el 30 de enero de 2013 el diputado por el Partido de las Regiones Vadim Kolesnichenko, fue un intento de la población de las regiones sudorientales de ofrecer una salida racional y pacífica a la situación por parte de unos ciudadanos que, por las razones explicadas en la entrevista citada al principio de estas líneas, ni querían pasar a formar parte de Rusia ni ser ciudadanos de segunda en su propio país.
Sin embargo, al rechazar la asamblea regional las propuestas de Gubárev y luego ser detenido, las manifestaciones en Donetsk empezaron a incrementarse. Entonces la Rada, producida ya la secesión de Crimea, adoptó de inmediato una postura de extrema beligerancia y el 13 de marzo cambió la ley para la elección presidencial, a la cual se añadió la siguiente cláusula: “la Comisión Electoral Central está obligada a establecer los resultados de las elecciones a Presidente de Ucrania independientemente de la cantidad de distritos electorales en los cuales las elecciones no se hayan llevado a término”, es decir, eliminando la nulidad de las elecciones por falta de quórum, descarada maniobra sobre la que huelga todo comentario. A mayor abundamiento, se adoptó la siguiente enmienda: “Si no se llevasen a término las elecciones en algunos distritos electorales, los resultados de la votación en el día de las elecciones para Presidente de Ucrania se establecerán por los resultados de las votaciones en otros distritos electorales”. También se ha establecido que “el mismo día de las elecciones para Presidente no puede celebrarse ningún referéndum estatal y local”. El trasfondo de estas modificaciones legales lo constituye la secesión no reconocida de Crimea, donde hay prácticamente un millón de electores, y también la posibilidad de un boicot electoral en las regiones del sudeste, además de brindar la posibilidad de manipular los resultados electorales, buscando excusas para invalidar las votaciones “inconvenientes” de determinados distritos, sin tener que repetir los comicios.
A estas disposiciones siguieron acciones de protesta que en algunos casos acabaron con la ocupación de edificios oficiales, tomando precisamente como modelo las llevadas a cabo en el Maidán, pero, a diferencia de estas, aquellas fueron tachadas de “separatistas”, en aplicación del mentado doble rasero. Por otra parte, estas acusaciones parecían poder sustentarse en la profusión de emblemática rusa entre la contrainsurgencia sudoriental. Para comprender este fenómeno hay que entender que, pese a que las autoridades de Kíev y sus medios de comunicación afines lo nieguen constantemente, el patrón de sus actuaciones revela la aplicación del programa de la extrema derecha nacionalista ucraniana, por lo que, en dichas regiones, “la Junta” y sus acciones son consideradas casi unánimemente como fascistas. En la memoria colectiva de estas regiones, fuertemente castigadas por la ocupación nazi, la liberación de la misma se asocia indeleblemente al ejército soviético (de ahí el mencionado empleo de la cinta de la Orden de San Jorge, la única condecoración zarista reconocida por el régimen soviético). A su vez, el ejército ruso se considera, de forma más o menos consciente, su heredero. De ahí la adopción de una emblemática que, aunque en algunos casos realmente respondiese a una voluntad separatista, para la mayoría de la gente expresaba solo, al menos en un principio, su profundo sentimiento antifascista.
La “operación antiterrorista” del Donbás
El 13 de abril las autoridades de Kíev anunciaron el lanzamiento de la “operación antiterrorista” contra las regiones del sudeste, tras la toma, el 12 de abril, del ayuntamiento de Slaviansk por parte de la contrainsurgencia. Antes de proseguir, es necesario preguntarse de qué “terrorismo” se está hablando. Hasta ese momento, en dichos territorios ni se habían tomado rehenes, ni se habían provocado explosiones o secuestros, ni se habían producido muertes, salvo la del portavoz de Svoboda en el Donbás, causada por una puñalada en medio de los enfrentamientos entre activistas en pro y en contra del Maidán. Está claro, pues, que hablar en este caso de terrorismo es solo apelar a la palabra mágica que, al menos desde el 11-S, justifica en Occidente cualquier clase de atropello.
De hecho, el primer enfrentamiento de la población civil con las unidades del ejército se produjo el 17 de abril, cuando la gente, extrañada ante la abundante circulación de vehículos militares por las carreteras, se pusieron frente a una columna de tanques. Con el comienzo de esta operación, la población civil, que se había mantenido básicamente tranquila, por pura inercia, incluso si coincidía con la opinión de los activistas, comenzó a alarmarse, puesto que todo el mundo sabe que no se puede movilizar a las tropas sin la previa declaración del estado de emergencia. Además, se estaba movilizando a las tropas acuarteladas en Dnepropetrovsk, que están formadas básicamente por reclutas procedentes de las regiones de Donetsk, Lugansk y Járkov. La gente se dio cuenta de que el gobierno, en lugar de actuar puntualmente contra los ocupantes de ciertos edificios generales, enviaba directamente al ejército, del que no se sabía cómo iba a actuar.
Así que, pese a lo que afirma el gobierno de Kíev, la gente que salía a parar las columnas de vehículos militares no estaba ni armada ni comprada por nadie, ni se trataba de rusos infiltrados o agentes a sueldo de Moscú. ¿Cuál sería la reacción de cualquier población del mundo a la que su gobierno declara en conjunto “terroristas” y que al día siguiente ve avanzar al ejército sobre ellos? ¿Hace falta suponer que alguien los ha comprado para pensar que van a intentar hacer algo? La gente, que no quería que aquello degenerase en un conflicto sangriento, salió, incluyendo a hombres, mujeres y niños, desarmada y a cara descubierta, para pedir a los militares que se fuesen de allí. En algunos casos, como en Kramatorsk el día 16 de abril, los soldados, que no tenían ni idea de a dónde ni a qué los mandaban, se indignaron y se pasaron a la contrainsurgencia. En otros casos, los soldados, sin presentar resistencia y para demostrar que no iban a emprender acciones militares, desmontaban sus armas, entregando a su comandante los cerrojos. En algunas ocasiones la gente se hizo con las cajas de munición, que entregaba a la policía. Tampoco podemos garantizar que no hubiese casos en que los contrainsurgentes se quedaran con las armas requisadas, pero no nos consta ninguno, entre los cientos de grabaciones y comentarios que hay en internet sobre estos sucesos. Los únicos enfrentamientos habidos durante esta primera fase de la “operación antiterrorista” tuvieron lugar en los controles de carretera (casi todos igualmente sin armas y a cara descubierta) para evitar la llegada de comandos paramilitares del Pravyi Séktor. De detectarse estos, se incendiaban los neumáticos de la barricada para avisar a los grupos de autodefensa, que, estos sí, acudían armados. Es lo que sucedió en el ya referido choque de la noche del 19 al 20 de abril cerca de Slaviansk, que fue el más grave de los acaecidos hasta entonces.
Ante el fracaso de esta primera ofensiva, el gobierno de Kíev, advirtiendo que no lograba lanzar a las tropas contra la población, reforzó la Guardia Nacional con equipamiento del ejército y comenzó a preparar grupos irregulares que normalmente se identifican con el Pravyi Séktor, aunque en realidad no se tiene certeza de la procedencia de sus componentes. De hecho, numerosos testimonios señalan que entre los mismos se han detectado participantes extranjeros hablando en inglés y en polaco, y también corren rumores sobre la contratación de la empresa internacional de mercenarios Greystone, pero no hay pruebas fehacientes al respecto. Lo que sí se ha confirmado es que el gobernador de Dnepropetrovsk, Ígor Kolomoiskyi, está formando a sus expensas una unidad de voluntarios para combatir a los “separatistas”.
Una vez reorganizados sus efectivos, el gobierno de Kíev se decidió a lanzar una segunda y más potente ofensiva el pasado 2 de mayo. Cuando la gente del pueblo de Andréievka, situado entre Kramatorsk y Slaviansk, consciente de que el mismo día en Slaviansk los contrainsurgentes estaban librando duros combates con la Guardia Nacional y “compañía”, decidieron detener una columna de vehículos blindados que se dirigía hacia una colina donde está la torre de televisión, que no es en sí el objetivo, sino la posición misma, ya que es una de las pocas alturas desde donde se puede emplazar artillería tanto contra Slaviansk como contra los barrios rurales de Kramatorsk. De hecho, ya fue una posición importante y disputada, por esta misma razón, durante las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Desde las primeras horas de la mañana hasta el atardecer, la mayoría de la población de Andréievka, completamente desarmada, intenta convencer a los efectivos de la Guardia Nacional de que se retiren, mientras que estos les dicen que han venido a protegerlos de los terroristas, a lo cual los vecinos responden que los únicos terroristas a los que ellos conocen son los del Pravyi Séktor y el gobierno golpista ucraniano, y que los guardias harán mejor en volverse a Kíev para limpiarla de los nazis armados que andan por las calles, mientras que allí, es decir, en el Donbás, solo hay gente normal que únicamente quiere que se respeten sus derechos. Mientras tanto, la gente traía agua para dar de beber a los guardias, dado que, hay que destacarlo, las autoridades kievitas no han querido ni molestarse en garantizar el mantenimiento de sus propias tropas, lo que ya ocurrió en la primera fase de la ofensiva, en que los “separatistas” y “terroristas” tuvieron que alimentar (de caridad, por así decir) a las tropas enviadas desde Dnepropetrovsk.
Cuando, ya al atardecer, los guardias decidieron dar media vuelta, los ciudadanos les pidieron entregar sus armas, para garantizar que no se produciría un ataque por la espalda. Aquellos propusieron a cambio, para no ser acusados de deponer las armas, vaciar sus cargadores disparando al aire. En ese momento, en que ya estaba oscuro, alguien lanzó una bengala de luz y ruido (que forman parte del equipo de la Guardia y no consta que obren en manos de la contrainsurgencia), a lo que alguien de la multitud respondió lanzando un cóctel molotov, y además apareció un guardia con una herida en el cuello, lo que provocó la reacción de otro de los guardias que abrió fuego. A partir de aquí las versiones difieren. Según el comandante de la Guardia Nacional, los terroristas estaban escudándose en la multitud disparando Kaláshnikov (lo que nos consta que es falso), con el resultado de dos guardias muertos y ningún civil. Según los vecinos, los que provocaron el enfrentamiento fueron los “comisarios políticos” incorporados a dicha columna. De acuerdo con Viacheslav Ponomariov, el líder de la resistencia de Slaviansk, hubo quince muertos, de los cuales cuatro eran militares y once civiles, más decenas de heridos. Según su comunicado, quienes comenzaron a disparar fueron varios radicales de un grupo del Pravyi Séktor que formaba parte de la columna, al ver que esta iba a replegarse.
Este enfrentamiento se puede considerar crucial, porque hasta ese momento la contrainsurgencia mantenía la política de no disparar contra los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad estatales, considerando que actuaban compelidos por la obediencia debida, y hacerlo solo contra las unidades paramilitares. Sin embargo, como resultado de este choque, se ha advertido a los soldados y miembros de la Guardia Nacional que dicha “inmunidad” se ha suspendido. También este choque ha supuesto el inicio de los ataques de las tropas regulares contra la población civil, esa misma a la que supuestamente habían venido a proteger de los “terroristas”. En paralelo, los habitantes de Slaviansk y Kramatorsk han denunciado las acciones indiscriminadas de francotiradores, entre cuyas víctimas se encuentra, por ejemplo, Iuliia Izótova, una sanitaria abatida de un tiro en la espalda mientras intentaba alejarse de un tiroteo en un puesto de control de carretera en el que ejercía como enfermera voluntaria.
Reflexión final
No pretendemos que nuestra versión sea absolutamente indiscutible ni que dispongamos de tanta información como para estar en posesión de la verdad, porque, además, en todo conflicto, cada bando tiene su verdad, no siempre infundada. Sin embargo, está claro que, puesta la información en la balanza, la parte más escorada resulta ser, en este caso, la versión de las autoridades de Kíev y de sus partidarios, que, con la aplicada y a menudo complacida ayuda de Occidente, están difundiendo una visión completamente sesgada, cuando no directamente falaz, de la mayor parte de los acontecimientos de Ucrania, a fin de consolidar sus acciones, estas sí terroristas, contra aquellos de sus propios ciudadanos que no están dispuestos a someterse a un gobierno golpista de inspiración neonazi sostenido por “la dialéctica de los puños y las pistolas”
Fuente: http://marquetalia.org/2014/05/07/terror-fascista-en-ucrania-por-ganna-goncharova-y-alberto-montaner-frutos/
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